jueves, 10 de noviembre de 2016


Calle 48

Bosque en Varsovia, Polonia. Soldados con rostros pintados de negro, sus trajes oscuros. Son las 9:25 pm. Se esconden, corren y mueren al ritmo de los fusiles de asalto MP44 Sturmgewerhr. La pelea es sobre la sangre de cada uno de los milicianos.

La noche del 22 de noviembre de 1944 en el este de Europa, sentada en la acera de la calle 48 estaba Miroslava Brzozowski. La típica chica delgada con rasgos delicados. Llevaba su falda rosada, blusa beige y zapatillas blancas. El viento levantaba el cabello de aquella peliroja. Pasaban las horas y el frío polaco no la dejaba tranquila, sus labios se quebraban como si fuese de porcelana. Son las 11:45 pm. La media noche ya le tocaba el hombro a la mujer que esperaba con tanta intensidad al joven del que se enamoró.

Tres minutos más tarde llega el atlético chico alto y con músculos definidos, George Brown. Llevaba su atuendo castrense, de esos que usa el ejército americano. La de cabello bermejo lo mira y corre a sentirse cálida entre los brazos de su amado. Él llegó armado, poseía un arsenal de sentimientos e incertidumbre, la besa y sana aquellos labios quebrados por el frío mientras ella solo cierra sus ojos y continúa abrazada a él. Luego de los intensos y fervorosos besos lo mira a los ojos y le confiesa su temor de perderlo en medio la terrible Segunda Guerra Mundial.

En la calle 48 permanecían de pie los pocos edificios que no fueron destruidos. En una de las esquinas de ese lugar había ruinas, en la otra solo aguardaba un jeep militar en el que llegó el americano. La calle húmeda y silenciosa.

-Se está ideando un plan estratégico para entrar a Francia por la costa de Normandía, nosotros esperaremos aquí ocultos en Polonia, somos pocos y no podemos quedar en evidencia ante los alemanes- declaró el soldado con voz de tenor.

-Tengo miedo y he esperado mucho tiempo porque esto termine y puedas estar aquí, pero no por una comisión, no por un plan, no por una estrategia militar, no por una guerra, sino por algo real, duradero, ingenioso todos los días- demandó ella con tanta firmeza mientras que de sus ojos brotaban lágrimas.

Sin más que decir él solamente la abraza. Ella continúa llorando. Luego la mano desalineada y rústica de aquel militar toca el rostro de la polaca, seca sus lágrimas y la besa. Luego la mira y le responde:

-No quiero frustrarte, no quiero ser egoísta, no quiero atarte al posible dolor de perderme en el campo de batalla. Todo esto está por terminar, pero soy militar y no puedo asegurarte que en medio de la guerra quedaré vivo. Prefiero que la despedida sea ahora conmigo y el último beso, mas no con mi sangre y que el anuncio de mi muerte sea el que se despida de ti- culminó él sollozante y derribado por dentro.

Ella lo besó insaciablemente hasta que se enrojecieran sus labios, al tiempo en el que el deseo de permanecer unidos los arrastraba lentamente hacia las ruinas. En ese momento  no importó el frío polaco, solo la piel desnuda de aquellos dos, donde no importó la guerra, solo las caricias, no importó el temor, solo la pasión de la última noche en la que el fornido militar poseía a la peliroja, no importó nada. El soldado envolvió a la chica con sus brazos y al mismo tiempo paseaba sus manos por las curvas de su amor. La intensidad de cada tacto se hacía más fuerte. Las ruinas de la calle 48 eran las protagonistas del amor entre guerras.

Se despiden. Cada uno de ellos toma un camino distinto. Siempre buscando esperanza debajo de las piedras. Pasó un mes y la polaca recibió una carta… lee las líneas que le escribió su americano: “mañana hay que batallar. Espero que el amor que profesamos no te impida continuar con tu vida en el funesto caso de que yo muriese. Recuerdos siempre recuerdos, pero que Dios decida, si solo quedarán recuerdos”.  Ella insiste en  ser la heroína que rescate George Brown de la fatídica guerra. No le permitieron salir del refugio donde estaba.

Al año siguiente, 1945, Miroslava estaba residenciada en el centro de la ciudad de Varsovia. La guerra había terminado. Los días le hablaban y las noches le mostraban la imagen del soldado que amó. Un día encendió la radio, y escuchó que muchos combatientes americanos murieron. Luego de un año aún llora, piensa y recuerda el olor de su amado. Esperaba oír los nombres de cada uno de los militares que perdieron la vida, pero nunca logró saber nada de él, mientras que en su vientre se gestaba la esencia de su amado.

jueves, 4 de febrero de 2016

Un pueblo que sufre a causa de lo normal
Jesús Galea
Es hora de almorzar. El sol tiene hambre y se coloca en el centro del cielo activando sus rayos ultravioletas para llamar la atención en pleno mediodía sobre el centro de un pueblo obstinado de gritos, motos, groserías, maleducados, tranquilos, diplomáticos, mesurados, entre otros. El vigilante del mercado predispuesto a pelear con cada una de las personas que hacen la fila para adquirir un producto que es de primera necesidad y que en Venezuela implica una búsqueda sudorosa y angustiosa. La cola está llena de varios perfiles psicológicos.
 El que duerme en las noches pensando en lo que comprará al día siguiente. El que pernocta afuera del mercado para ser uno de los primeros cuando aparezca el alba. El que va pasando, ve la fila y recuerda que debe comprar ese alimento que trajo el camión más espero por el centenar de personas que esperan allí por horas que parecen eternas. También está el que planifica un día antes qué comprará y a cuánto lo revenderá (el llamado Bachaquero). En la fila está, además, el que se siente mal de salud, pero hace su cola para poder tener qué comer, arriesgándose a que lo agredan en el momento en que explote la frustración y el desespero de la gente. Otros que no hacen colas, pero están en su derecho de no hacerlo, prefieren pagar dos o tres veces más por un producto (BÁSICO), esto no nos hace diferentes, no nos convierte en enemigos, a pesar de que se pelea mucho como si fuésemos primitivos, sacando desde lo más profundo de nuestro ser, lo que el Psicoanalista Freud llamó el “Ello”.
Dos horas más tarde. El vigilante alterado y la larga cola ardiendo en las llamas de la ira, contando el dinero y sacando del bolsillo la paciencia que les queda. Las expectativas de la gente aumentan aceleradamente, ¿qué llegará? ¿Ya viene el camión? Soy el número 400, ¿pero llegaré a tiempo para comprar algo?
Son las 6:00 pm. Pasan las horas y salen los individuos con sus productos. Luego de una afanosa y aporreada faena el vigilante del mercado llega a su hogar estresado, hostil y cansado. Incluso así, se prepara para el día siguiente ser él quien salga a hacer cola.

Asimismo, esa larga fila de gente que lleva en sus caras una realidad, cada uno su propia historia, sus propios argumentos, pero hay un motivo en el que convergen todas las realidades y en la que estamos de acuerdo: todos tenemos razón en que no nos guste esta situación que no es normal. No se debe calificar de “normal” una crisis económica como esta. No es la fábula de “Guerra Económica” según los chavistas, creada por la oposición, ¿cómo culpar a quien no tiene la culpa? Si el Banco Central de Venezuela, Cencoex, Pdvsa y otros entes financieros, están en manos del gobierno, entonces, ¿quién protagoniza la “Guerra Económica”? En fin, no hay que acostumbrarse a algo que no es normal.

jueves, 21 de enero de 2016

Recuerdos que causan nostalgia
Jesús Galea
Hollywood ha prostituido el verdadero amor, el tema de la parejita inusitada  que son “felices para siempre”. Un brindis por aquellas personas que en una relación entregan lo mejor de sí y se afanan por corregir y mejorar cualquier escollo. Pero, ¿qué se siente cuando esas personas son separadas por factores externos que escapan de sus manos? Como por ejemplo: la distancia. Se acaba el “érase una vez”.
            En este sentido, las relaciones interrumpidas por la distancia, nadan con esfuerzo en una arena movediza; no es lo mismo que la ira, el engaño, las diferencias o el desamor sean los causantes de una separación, pero cuando la culpa recae en motivos que te atan de pies y manos, es dolorosa su despedida. Y las historias de amor, quedan en eso… recuerdos que causan nostalgia.
            Suelen abrazar momentos, imágenes, alegrías, discusiones y pasiones, de alguna manera eso les genera la esperanza de un reencuentro donde no exista tiempo, pesimismos o lágrimas cargadas de dolor, sino que impere la sensibilidad, las ganas, el ímpetu. Que ante todo, predomine lo que viene del alma, lo real, lo honesto, lo duradero.
            De este modo, aunque un mar Caribe interfiera entre dos almas, no hay distancia que prohíba una posible cercanía, ya sea emocional o física. No obstante, la intención de este texto no es mantener una relación a distancia, pero sí a no juzgarla o ignorar el hecho de haya una esperanza. Todo tiene un fin, es doloroso pero cierto, sin embargo el esforzarse por agotar las posibilidades, nunca será en vano.
            ¿Y si no se reencuentran? ¿Y si kilómetros, millas, un océano o un continente pueden más? Pues, quedará la experiencia, la satisfacción de haberlo intentado. Quedarán los recuerdos que causan nostalgia.

Si conversaras con Platón acerca de su ideal del amor o te concentraras diariamente a leer Cantar de los cantares, creo que encontrarías un aliento que te incite con vehemencia a intentarlo nuevamente, a buscar ese reencuentro o un nuevo amor. La realidad en temas de distancia es relativa, pero no se puede dejar a un lado que esas almas sí pueden volver a sentirse.

martes, 12 de enero de 2016

Juventud, vanidad y siglo XXI
Los sentimientos desmesurados de aquellos jóvenes en edad comprendida usualmente entre 12 y 20 años, giran en derredor de la vanidad, de las decisiones desbocadas y deseos descontrolados que actualmente se perciben en la calle, en la universidad y principalmente en el hogar. Cabe acotar que no son todos irracionalmente apresurados en sus pasiones, pero existe una mayoría que, efectivamente, vagan en su interior. Dichas emociones muestran la vaciedad de quienes actúan de esta manera tan desbordada y si lo hacen desde lo familiar, que es el primer sistema de socialización, pues, lo harán así en todo ámbito.
            Esta apreciación de la juventud, nace de lo que veo y escucho abundantemente en diversos escenarios de la vida. La carne toma el control de la mente y las vísceras se apoderan del verdadero sentimiento del corazón. Surgen relaciones de parejas con terceras personas. Hablan, hablan y hablan, con tan poco sentido de cada palabra que sale sus bocas. Planes para los fines de semanas, pero pocas metas en su vida personal. Crecen de la mano con apariencia, pero espiritualmente declinan. Creen en Dios, pero no le obedecen. Muchas fotos, pocos libros. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué deberíamos hacer? Pues, estas líneas no son un listado de preceptos que te llevarán a la perfección, pero sí es una invitación a reflexionar. Esto ocurre, según la psicóloga Marta Andrade, por la falta aceptación, lo que se traduce en que se busca ser aceptado por determinados grupos que nunca resultan ser los más apropiados.
            En este sentido, recurro a la frase de Sócrates cuando dijo: “conócete a ti mismo”,  es decir, piensa en lo que haces, en lo que dices y en lo que eres, apelando a dicha expresión de este filósofo helénico, nos podemos dar cuenta de lo oportuna que resulta en nuestra época. Asimismo, el excelentísimo sabio Salomón, dijo en sus conclusiones: “alégrate, joven en tu juventud (…) acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud.” (Ec. 11:9. Y 12:1). Considero que estarían un poco ofuscados si vivieran en este siglo.
De esta manera, la vida de un joven no debería consistir en lo efímero, lo vago y lo desintegrado que pueda ser en sus valores, sino en lo íntegro que sea en su modo pensar, de obrar. ¿No son los deseos del cuerpo y los pensamientos ociosos y nocivos los que ocasionan envidia, contiendas y egoísmo? Claramente, sí. Me ataca la decepción cuando conozco a jóvenes desenfrenados y me abraza el regocijo en tanto conozco a quienes les importa crecer espiritual, intelectual y personalmente. Que aman la luna, que prefieren momentos y no regalos, que hablen de lo que no se ve, que lean literatura, que jueguen a ser desconocidos, que salgan de la monotonía, que dejen huellas, que dejen palabras. La vida pasa, todo lo aparente desaparece. Es por esto, que la necesidad de analizar lo que hacemos se ha convertido en la carencia de algunos en el siglo XXI.

lunes, 30 de noviembre de 2015

La enemiga compañía
Jesús Galea
A mi edad de 22 años, siempre tengo buenos recuerdos de días grises, en los cuales el frío ardiente es el protagonista, de nubes llorosas, en los que una taza de café abraza en el cuerpo y un buen libro al intelecto, pero en el vestigio de mi infancia, hay ocasiones donde un pasillo de hospital vacío, sillas metalizadas como un bisturí y lado a lado señales de todas las especialidades médicas, me acariciaban el temor de llegar a una habitación, en donde me esperaban neumólogos y pediatras ansiosos por atacar a los pulmones que gritaban con vehemencia, sin cesar con la voz del asma que tocaba las puertas de la muerte; esto no se compara a esos días grises.
Antes de nacer, tan solo minutos, mi mamá perdió demasiado líquido, como si yo  llorase excesivamente dentro su vientre. Cada gota de esa angustiosa fuente cuando se rompe para dar a luz, le dio a mis primeros cuatro años de vida, la compañía ideal: el asma. Fue mi enemiga y la quería expulsar de mis inmaduros pulmones, pero ella no se iba. Se quedó ahí. Por cuatro años se quedó, sin embargo, un día avivó esa tos, tuvieron que hospitalizarme por una semana. Me lastimó. Sentía que me golpeaba por dentro, hasta dejarme sin aire, con arañazos a mi garganta. Con miedo a dormir por la asfixia. Solo me quedó apoyarme en el seno de mi madre y en el regazo de Dios.
Ya acostado en esa camilla, mi desayuno de nebulización, mi almuerzo de nebulización y mi cena de nebulización, no era alimentación que un niño de cuatro años debía tener. Hastiado de inyecciones, drogas lícitas e incluso, centenares de mezclas de plantas como remedios caseros de la abuela. Todo un intento por salvar a un infante de las artimañas del asma, que todos los días se intensificaba. Mi madre lloraba, mi padre la consolaba, pero luego era su turno de soltar aquellas lágrimas, su único hijo estaba entre la vida y el Ades. Entre el amor de Dios dándome fuerzas y la desesperación que me producía mi enemiga, me hacían jadear, fatigado le pedía ávidamente al cielo que ya no quería estar así, le insistía al doctor, como reclama un niño, que me curara de esa perversa y virulenta compañía que me llenaba de dolor y alta consternación.
            Cada tres horas, en cada pinchazo, los médicos me decían:
-quédate tranquilo, es como si te picase un zancudo.
-no quiero- replicaba yo con tanta frialdad inocente para mi edad.

Respiraba y me cansaba, tosía y mi mamá corría hacia mí, y la frase que nunca se borrará de mi memoria: “todo esto pasa, ella ya se irá”, haciendo referencia al asma. Fue una semana, queriendo despertar sin esa enemiga que me invadía el cuerpo, que aturdía mi mente con pensamientos negativos, y que angustiaba las entrañas de mi mamá al ver a su hijo irritado en sus pulmones, pero pasó. Todo pasó. Con dolor, experiencia y cansancio por el peligroso momento que duró una semana, aunque para mí y mi familia, hayan sido meses de apesadumbrada situación. Curado estoy, gracias a Dios. Pero sin olvidar aquel evento en mi remembranza.

martes, 24 de febrero de 2015



El juego del buen ánimo

Por: Jesus Galea
Siempre existen personas en su entorno que por alguna u otra razón toman ciertas acciones que hacen que ustedes se sientan mal.
Debido a esto, ¿qué es mejor? ¿Hacer caso omiso y seguir adelante o dejar que las malas actitudes de los demás nos dañen, con decepciones, mentiras, crueldad o indiferencia? Esta pregunta se la han hecho muchas personas. A veces me cuentan que están en medio de dos sentimientos;  esperanzas y resignación, pero retomo mi pregunta, ¿qué es mejor?
Entonces, ¡juguemos! Esto consiste en que ustedes mantengan dignidad y fortaleza y así lograrán ganar un mejor ánimo que nos ayuda, nos cambia, aprendemos y le mostramos a las personas que están en nuestro alrededor que somos felices, a pesar de que existan factores que no nos hagan sentir bien.
Así pues, como dice Dios: “todos los días es un día nuevo”, entonces hagamos todos los días un cambio para nuestras vidas, llenarlas de bienestar, amor, felicidad y éxitos, pero siempre sin dejar de tener presente este juego de ser dignos,  fuertes y no permitir que las acciones de la gente nos derrumben. ¡Muestra una sonrisa! Que el enemigo odia eso.