Calle
48
Bosque en Varsovia, Polonia.
Soldados con rostros pintados de negro, sus trajes oscuros. Son las 9:25 pm. Se
esconden, corren y mueren al ritmo de los fusiles de asalto MP44 Sturmgewerhr.
La pelea es sobre la sangre de cada uno de los milicianos.
La noche del 22 de noviembre de 1944 en el
este de Europa, sentada en la acera de la calle 48 estaba Miroslava Brzozowski.
La típica chica delgada con rasgos delicados. Llevaba su falda rosada, blusa
beige y zapatillas blancas. El viento levantaba el cabello de aquella peliroja.
Pasaban las horas y el frío polaco no la dejaba tranquila, sus labios se
quebraban como si fuese de porcelana. Son las 11:45 pm. La media noche ya le
tocaba el hombro a la mujer que esperaba con tanta intensidad al joven del que
se enamoró.
Tres minutos más tarde llega el atlético
chico alto y con músculos definidos, George Brown. Llevaba su atuendo
castrense, de esos que usa el ejército americano. La de cabello bermejo lo mira
y corre a sentirse cálida entre los brazos de su amado. Él llegó armado, poseía
un arsenal de sentimientos e incertidumbre, la besa y sana aquellos labios
quebrados por el frío mientras ella solo cierra sus ojos y continúa abrazada a
él. Luego de los intensos y fervorosos besos lo mira a los ojos y le confiesa
su temor de perderlo en medio la terrible Segunda Guerra Mundial.
En la calle 48 permanecían de pie los pocos
edificios que no fueron destruidos. En una de las esquinas de ese lugar había
ruinas, en la otra solo aguardaba un jeep militar en el que llegó el americano.
La calle húmeda y silenciosa.
-Se está ideando un plan estratégico para
entrar a Francia por la costa de Normandía, nosotros esperaremos aquí ocultos
en Polonia, somos pocos y no podemos quedar en evidencia ante los alemanes-
declaró el soldado con voz de tenor.
-Tengo miedo y he esperado mucho tiempo
porque esto termine y puedas estar aquí, pero no por una comisión, no por un
plan, no por una estrategia militar, no por una guerra, sino por algo real,
duradero, ingenioso todos los días- demandó ella con tanta firmeza mientras que
de sus ojos brotaban lágrimas.
Sin más que decir él solamente la abraza.
Ella continúa llorando. Luego la mano desalineada y rústica de aquel militar toca
el rostro de la polaca, seca sus lágrimas y la besa. Luego la mira y le
responde:
-No quiero frustrarte, no quiero ser
egoísta, no quiero atarte al posible dolor de perderme en el campo de batalla.
Todo esto está por terminar, pero soy militar y no puedo asegurarte que en
medio de la guerra quedaré vivo. Prefiero que la despedida sea ahora conmigo y
el último beso, mas no con mi sangre y que el anuncio de mi muerte sea el que
se despida de ti- culminó él sollozante y derribado por dentro.
Ella lo besó insaciablemente hasta que se enrojecieran
sus labios, al tiempo en el que el deseo de permanecer unidos los arrastraba
lentamente hacia las ruinas. En ese momento no importó el frío polaco, solo la piel
desnuda de aquellos dos, donde no importó la guerra, solo las caricias, no
importó el temor, solo la pasión de la última noche en la que el fornido
militar poseía a la peliroja, no importó nada. El soldado envolvió a la chica
con sus brazos y al mismo tiempo paseaba sus manos por las curvas de su amor.
La intensidad de cada tacto se hacía más fuerte. Las ruinas de la calle 48 eran
las protagonistas del amor entre guerras.
Se despiden. Cada uno de ellos toma un
camino distinto. Siempre buscando esperanza debajo de las piedras. Pasó un mes
y la polaca recibió una carta… lee las líneas que le escribió su americano:
“mañana hay que batallar. Espero que el amor que profesamos no te impida
continuar con tu vida en el funesto caso de que yo muriese. Recuerdos siempre
recuerdos, pero que Dios decida, si solo quedarán recuerdos”. Ella
insiste en ser la heroína que rescate George
Brown de la fatídica guerra. No le permitieron salir del refugio donde estaba.